CÓMO ESCRIBIR UN CUENTO
Han pasado décadas desde que empecé a escribir. Pero tengo la impresión, por lo mucho que intento recordar, que imaginé historias, e inventé mis cuentos desde que tengo memoria.
Imaginaba batallas con seres invencibles, en el corretear de las nubes por el cielo soleado. Sabía de la existencia diminuta de gnomos y hadas (aunque hasta hoy, nunca las he visto), en las cavernas que formas las raíces de los árboles viejos. Cuidaba con esmero unas florcillas lilas cuyas corolas me parecían los gorritos de los duendes y otras más diminutas en forma de zapatitos amarillos, que estaba segura, calzaban las hadas.
Solía asustarme de una gran mancha de humedad, que aparecía en la pared del corredor, porque allí habitaba, con certeza absoluta, el gigante que devoraba a los niños que no terminaban el almuerzo.
Así transcurrió mi lejana infancia, construyendo oralmente un sin fin de historias que me visitaban como potros desbocados, no los escribía, - aún no iba a la escuela -, pero mi padre leía para mí los más hermosos cuentos jamás escuchados, y la niñera, mi querida Anita, que tenía indudablemente vocación de cuentista, colmó de leyendas de aparecidos y fábulas fantásticas, mi cabecita de cinco años.
Como se puede colegir, el cuento es un género antiquísimo, que a través de los siglos ha mantenido el apoyo y agrado del público. ¿Por qué?
“Escribir cuentos es una tarea seria y además hermosa. Arte difícil, tiene el premio en su propia realización” nos dice Juan Bosch; y tiene razón, no es solo narrar un hecho o una historia. Contar un cuento es asumir toda una forma de vida, una forma de ver, de pensar, de ser. Es la trasmisión de la infinita interioridad de miles de generaciones de las cuales el escritor es el feliz portador.
¿Qué es un cuento? Muchos críticos excelentes han preferido soslayar la respuesta, dada la complejidad del tema: muchos opinan que es “un breve relato en prosa de hechos ficticios”, “una novela en miniatura”, “que su intención es moral y filosófica”; creemos que un cuento es el relato de un hecho de incuestionable importancia, indudable verosimilitud, innegablemente convincente.
Importancia. Quiere decir aprender a diferenciar, a escoger un buen tema, interesante, una historia que debe ser obra exclusiva del cuentista.
En la que solo él pueda dictar las acciones, los hechos y los personajes. Este predominio del autor sobre sus personajes se traduce en la tensión y por lo tanto en la intensidad. La intensidad de un cuento no es producto obligado de su corta extensión, sino el fruto de la sensibilidad con la que el cuentista trabaja su obra.
El hallazgo de un hecho, el aislarlo, el limpiarlo de detalles inútiles, conduce al tema. En el cuento no hay terreno sino para un solo tema.
Verosimilitud. El autor debe llegar al lector a través de su sensibilidad o de sus pensamientos, para lo cual recurre a humanizar animales, elementos, objetos, a dotarles de alma humana, sin traspasar los límites de su propia esencia y presentándolos como reflejo de su propio ser. Con lo cual, los personajes de las Fábulas de Esopo, o los relatos infantiles de Andersen, se codean fraternamente, con sus lectores. Nada interesa al hombre más que el hombre mismo. Por lo tanto, el mejor tema para un cuento será siempre un hecho humano, o por lo menos contado en términos esencialmente humano.
Convincente. El tema demanda reflexión y profundidad para hacerlo universal. Aparentemente puede lucir como local, pero universal en su valor intrínseco. La amistad, el amor, la solidaridad, el sufrimiento, el heroísmo, la generosidad, la crueldad, la avaricia, son valores universales, que pueden situarse en personas de cualesquier lugar del mundo.
Por lo dicho, deducimos que lo esencial al escribir cuentos, es la selección de un buen tema, que rigurosamente, como en las matemáticas, lo conduzca a la frase final. En el cuento no puede existir confusión de valores. Quiroga afirma que un cuento es una flecha disparada hacia un blanco. Ya sabemos que la flecha que se desvía no llega al blanco.
La manera común de iniciar un cuento fue siempre “el había una vez” o “érase una vez” o “en un país muy lejano”. Estas cortas frases tenían, y aún lo tienen, un valor de conjuro, palabras casi mágicas que despiertan instantáneamente el interés del oyente. Aún hoy, esa manera de comenzar es buena. El cuento debe iniciar con el protagonista en acción, sea esta acción física o psíquica, y no debe hallarse muy lejos del meollo mismo del cuento con el fin de evitar que el lector se canse.
Saber comenzar un cuento es tan importante como saber terminarlo. La primera frase debe contener el hechizo que atrape al lector, pues ella determina el ritmo y la tensión de la obra.
Un cuento que comienza bien casi siempre termina bien. La mejor manera de empezar un cuento es captando de un solo golpe el interés del lector. La vieja fórmula de “Había una vez” debe ser reemplazada por otra que tenga su mismo valor de sortilegio. Para ello es indispensable que el joven cuentista lea a los mejores maestros en el arte del cuento: Maupassant, Anderson, Chejov, Kipling, Quiroga.
La redacción de un cuento tiene dos leyes ineludibles:
La primera: la ley de la fluencia constante. La acción no puede detenerse jamás, debe correr con libertad por el cauce fijado por el autor, dirigiéndose al fin que persigue el cuentista. Es en la acción donde se halla la sustancia del cuento, la acción por su propia virtualidad, es lo que forma el cuento.
La segunda ley<. El cuentista debe usar solo las palabras indispensables para expresar la acción. Toda palabra no esencial al desarrollo de la acción resta fuerza a la dinámica del cuento y lo hiere en el centro de su alma. Recordemos que el cuentista debe ceñir su relato a un solo hecho, no tiene, por lo tanto, la potestad de desviarse de él con frases que alejen al lector de la acción.
Ejemplo de un cuento escrito por un niño de curto año de educación básica.
EL CÓNDOR SOLITARIO
Había un cóndor solitario y sin amigos, vivía solo, se llamaba Pedro.
Un día lo invitó a una fiesta un cóndor llamado Lucho.
Y Lucho dijo:
¿Quieres ser mi amigo?
Pedro sonrió y dijo:
¡Claro!
Y los dos se dieron las manos, digo las patas.
Cada vez se hacían más amigos, ellos volaban por todo el cielo.
Una vez, bajaron a descansar un poco.
Un gato se estaba paseando y Pedro estaba muy cerca del gato, entonces Lucho dijo:
¡Cuidado Pedro, ¡Vuela!
Pero Pedro se desmayó, entonces Lucho dijo:
¡Yo te salvaré!
Lucho fue a toda velocidad y espantó al gato.
Pedro despertó y desde entonces, fueron amigos para siempre.
Nunca más Pedro sintió la soledad.
Francisco Pavón Leguísamo.
8 años
EL NIÑO Y EL DRAGÓN
Había, en una ciudad muy rica, un niño que no conoció a sus padres. Era tan pobre, tan pobre, que casi no tenía para comer. En las mañanas, luego de despertar, en el portal de la iglesia de San Francisco, recogía el cartón que le servía de cama, lo doblaba con mucho cuidado y a hurtadillas lo escondía detrás del confesionario de la iglesia; muy lentamente y doblando las rodillas cada dos pasos, se acercaba a la pileta del agua bendita, mojaba sus manos y se las pasaba por el rostro mugroso y polvoriento, en ese momento formulaba en silencio una corta oración:
“Diosito quiero encontrar a mis papás, Diosito dame algo para comer y para encontrar a mis papás."
Entonces, bajaba por la calle Bolívar hasta la Plaza de Santo Domingo, el estómago se quejaba de hambre, de aquella vieja y tenaz hambre que le acompañaba siempre. Los mendigos del lado izquierdo de la calle le saludaban con cariño y con esa solidaridad que ofrece la pobreza.
¡Hola Paquito! ¿Cómo esta hoy la mañana?
¡Paquito! ¿Qué dice mi panita?
Y el niño, muy amable, a todos correspondía con una luminosa sonrisa que ponía más hermosa su carita morena.
En la Plaza se encontró con otros niños, que tan pobres y abandonados como él, no solo eran sus amigos, también eran sus hermanos, la única familia que él conocía.
Allí fue su fiesta, un coro de risas y bromas saludaron a Paquito, corrieron, saltaron, gritaron a su gusto, como los pájaros cuando en el campo saludan la mañana.
Ese día tan especial decidieron irse de paseo a las cuevas de oro, (las cuevas eran secretas). De pronto pararon para comer las migajas de que disponían, pero Paquito se distrajo y con sus ojitos brillosos vio un cesto de oro, hermoso y muy brillante, y dijo:
– ¡Miren que hermoso cesto! -
Sus amigos mirando hacia el oscuro rincón le respondieron:
– ¿Qué dices Paquito? Allí no hay nada-.
Paquito no sabía leer bien pero lo intentó, vio en el cesto muchas letras y con mucha dificultad leyó lo siguiente:
“Solo el corazón más puro podrá leer y abrir este cesto”.
El chiquillo saltó de alegría por haber podido leer el texto, tomó el cesto en sus manos, y les mostró a sus amigos.
- Miren, este es el cesto del que les hablo -
Los amigos le respondieron
- Estás loco, no hay nada en tus manos -
Se enojaron y se fueron.
Paquito intentó abrir el cesto, al abrirse surgió una gran luz amarilla que rodeaba la dulce cara de Paquito. Después de semejante espectáculo la caja desapareció y de pronto un huevo de oro saltó a sus manos, una parte de su corazón, le decía que lo vendiera para comprar comida, pero otra parte, en el fondo, le decía que no vendiera ese huevo.
Después de meditarlo mucho, decidió quedarse con el huevo y cuidarlo como si fuera su mejor amigo, ya que sus amigos al creer que fueron engañados se alejaron de él.
Pasaron dos años y Paquito había cumplido sus doce años; seguía tan humilde y sencillo como siempre, también había cuidado muy bien de su mejor amigo después de cumplir con su rutina, el huevo en su pequeño bolso se había tornado de color naranja y estaba muy caliente. Por el calor, en el bolso de Paquito se hizo un hueco, cayó al suelo el huevo y se comenzó a mover rápidamente, de pronto el huevo se había roto, pero Paquito no encontró nada adentro, con mucha tristeza se arrepintió de no haber vendido el huevo; giró la cabeza y vio a un dragón de oro, muy pequeño,.
El niño, de un salto expresó su alegría al ver al dragón, vio que no se alimentaba con comida y se preocupó mucho, pero después el cesto apareció mágicamente en sus manos, con una leyenda que decía:
“Muy bien guerrero has pasado la primera prueba, ahora tienes a tu dragón y tu dragón solo se alimenta de comida espiritual”,
La caja desapareció mágicamente de sus manos, Paquito al leer esto, quedó muy confundido.
Pasaron varios años y Paquito que se había tornado en un joven, se dio cuenta de que su dragón se alimentaba de las buenas acciones que él hacía (las buenas acciones debían surgir de su corazón, de otra forma el dragón no se alimentaba)
Con tantas buenas acciones el dragón se hizo muy alto y Paquito estaba listo para montarlo.
Días después descubrió que el huevo y el dragón de oro, ya eran visibles para el ojo de cualquier persona.
Paquito montó al dragón y voló por toda la ciudad y mucha gente incluyendo sus ex amigos lo vieron con cara de arrepentimiento, sus amigos fueron con Paquito y le pidieron disculpas, Paquito las aceptó y dijo:
-¿vieron que no les mentía.?
Sus amigos se turnaron y trataron de montar al dragón pero el dragón se rehusó a ser montado por otra persona que no sea su amo, Paquito dijo:
- mi dragón quiere que solo yo lo monte, qué pena amigos me gustaría que ustedes también lo pudieran montar.
El dragón desplegó sus alas y de un salto voló en el camino a la iglesia donde escondía su cartón, de pronto en el camino se encontró a un niño que era rico tenía mucho dinero pero era pobre por dentro al igual que su dragón, su dragón era negro con ojos rojos y su maldad se sentía a kilómetros, el niño rico que se llamaba Valentín atacó a Paquito, asustado huyó con su dragón y al mismo tiempo decía:
¿Por qué me atacas?
Valentín le respondió:
– No entiendes! Estamos aquí para luchar y de esta lucha dependerá el destino del mundo-
– Paquito respondió:
– ¿Qué me tratas de decir?
– Valentín con su mirada tan malvada le respondió
– El que gane esta lucha dominará al mundo.
Al decir esto Paquito se asustó y trató de huir pero no pudo. Los dos se atacaron, esa batalla duró días; Paquito salió triunfador de la batalla.
Después de pocas horas Valentín con su dragón fallecieron y el dragón de Paquito también lo hizo, Paquito soltó un mar de lágrimas y mirando al cielo dijo:
- ¿Por qué Diosito por qué?
Y una voz muy hermosa y angelical desde el cielo le dijo:
- Paquito ese sacrificio es necesario, para que tú gobiernes el mundo porque tú eres el indicado, tienes el corazón más puro del mundo y por eso te encomendé esta tarea.
Paquito entendió, gobernó muy bien al mundo, no hubo hambre ni sed en el mundo, todo se arregló y todos fueron felices para siempre.
Fin
Por Fernando Pavón alumno del séptimo año paralelo C
Dedicatoria
A mi familia, mi gran maestra que me ha instruido muy bien y a todos los niños que todavía creen en lo mágico
¡Nunca dejen de soñar!
lunes, 11 de febrero de 2008
jueves, 7 de febrero de 2008
EL POEMA
1. EL LENGUAJE POÉTICO
Los conceptos de lenguaje, poesía y arte son para ciertas líneas de pensamiento, esencialmente idénticos, en cuanto convergen en la fundamental unidad del espíritu y en la convicción de que el lenguaje es en definitiva creación; expresión de un logos espiritual según su modo inicial de existencia. En esta estructura, objeto y forma, se fundamenta la autonomía del valor poético.
El poema es el principio y el fin del acto de comprensión estética; constituye un ser en sí mismo, una creación; ello le otorga un valor propio e intrínseco.
Valor substancial, objetivo, opuesto a las formas no poéticas del lenguaje.
Las modalidades no artísticas de la palabra son medios, ropajes, vehículos, formas accidentales de un contenido o sustancia científica, religiosa, conversacional a la cual sirven. Una vez cumplida su función mediadora, la palabra no poética, pierde su efímero ser substantivo, en virtud de la finalidad que desde fuera la sostiene.
No ocurre lo mismo con el poema. He aquí la diferencia enorme con la palabra no poética.
“Yo os hablo, y si vosotros habéis comprendido mis palabras, estas mismas palabras se han abolido. Si me comprendéis, significa que esas palabras han desaparecido de vuestros espíritus, han sido reemplazadas por una contrapartida, por imágenes, relaciones, impulsos...”
La belleza artística, entonces, nace a partir de una identidad entre forma y contenido; la poesía se engendra cuando lo transmitido por la palabra es enteramente inseparable de la forma verbal misma. El poema no deja pasar un contenido libre, no deja escapar su fondo.
¿Cómo se acoge este lenguaje?. Los versos se resisten a separarse del contenido. Ahora, ¿qué palabras pueden considerarse poéticas?. Ninguna palabra es de por sí más poética que otra: no hay diferencia entre “amaranto” y “cazuela”.
Explica Ibáñez Langlois : “Es ley general de la poesía el rescatar la palabra de su empleo cotidiano -pasajero y práctico- para erigirla en objeto substantivo, que lleva consigo su propia realidad, porque “solidifica” la experiencia que designa, redime a la palabra de su mera condición de signo o medio.
Sartre corrobora: “Los poetas son hombres que rehúsan utilizar el lenguaje.” Para el hombre que habla, las palabras son domésticas; para el poeta, permanecen en estado salvaje. están en el origen del poema. Las palabras las toman, las penetran y las metamorfosean...
Según Pfeiffer, esta es la definición de la palabra poética : “El objeto solo se nos da con el lenguaje y por medio de él : buscar algo tras la expresión verbal es buscar en el vacío”.
Por lo tanto, la poesía rescata de la palabra real, su potencia original. La palabra poética es fuerte por sí misma, es un patrimonio duradero.